Me soltaron las manos y me levanté rápidamente, frotándome las muñecas. Se me había cortado la circulación.
-Tienes que hacernos un juramento de por vida-dijo Stephenie, muy seria.-Tienes que jurar no revelar nuestro secreto nunca y trabajar para nosotros de incógnito, sin que nadie lo sepa. A cambio te otorgamos protección y alojamiento.
-¿Protección de quién?Además, yo ya tengo un piso en el centro de la ciudad...
-Te conviene quedarte con nosotros-me cortó Rob.-Te estamos ofreciendo una oportunidad de salvarte.
-¿Salvarme de qué?
-Se avecinan tiempos difíciles-dijo Lindsay.-Ahora todo está en equilibrio, pero cuando la calma se rompa... Es tu oportunidad de sobrevivir. Si no la aceptas, allá tú.
-Está bien.-me temblaron las manos.-Acepto.
Todos parecieron relajarse. Pero yo estaba llena de dudas:
-Pero ¿cómo trabajaré para vosotros si tengo que trabajar para la revista?
-Tendrás que dejar tu trabajo.
-¡Pero mi trabajo es mi vida!
-El que te estamos ofreciendo es tu vida. El otro no es nada en comparación.
Reflexioné. Por lo menos tendrían que pagarme...
-Lo que tú quieras. Te daremos lo que tú quieras, porque te necesitamos.-Lindsay respondió instantáneamente a mi pregunta.
Vale. Dudas resueltas. El trabajo de mi vida. Y sin herir a ningún famoso, como en mi anterior puesto. Pero aún quedaba una pregunta...
-Quiero saber cuál es el secreto.-más bien era una orden.
Ellos se miraron entre sí.
-Johnny, ¿quieres hacerlo tú?-preguntó Stephenie.
-Encantado, Stephenie-murmuró Johnny entre dientes.
El hombre inspiró profundamente y me miró con un odio que quemaba. Entonces arqueó la espalda de repente y su camisa reventó, dejando a la vista un cuerpo escultural, que se estremecía constantemente. Johnny echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo, sin parar de sacudirse, como si lo estuvieran torturando. Y entonces, con un movimiento veloz, casi imperceptible, me miró de nuevo. Me quedé paralizada.
Su hermoso rostro estaba completamente desfigurado. Tenía la boca abierta hasta proporciones desmesuradas y sus puntiagudos colmillos sobresalían entre los demás dientes. Sus ojos estaban casi salidos de sus órbitas. Johnny se llevó la mano a los ojos y se quitó unas lentillas delicadamente. Eran azules. Pude ver sus auténticos ojos.
Eran rojos. Rojos como la sangre, brillaban de un modo terrorífico.
El monstruo en el que se había convertido Johnny se acercó hacia mí lentamente, rugiendo de tal forma que me estremecí.
Para cuando él estaba a un metro de mí, yo ya me había desmayado.
1 comentario:
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